No te precipites al mundo
que te espera de este lado
con un mazo en las entrañas.
No vengas aún, no te apresures,
quédate a salvo
allí donde el amor te retiene,
allí donde la vida es solo tuya,
donde eres frágil y fuerte al mismo tiempo.
Ahí donde no conoces aún
el sabor de la amargura,
donde oyes la voz
más iluminada de esta tierra,
que te canta, que te habla,
que te quiere.
Que te protege con
la vida que le falta.
Lucas, por favor, aguanta.
Que en este mundo hace mucho frío,
que este lugar al que tú vienes, espanta.
Quédate ahí en el tuyo,
en ese almacén de besos,
unido a esa cadena que te salva,
quédate en el lugar que te sueña,
que juega a imaginar cómo
será tu cara,
si escribirás con la derecha
o con la izquierda,
cómo sonarán tu llanto, tu voz,
tus carcajadas.
Quédate un rato más.
Después te contaremos
el momento tan difícil
en el que nos llegaste.
Que fuiste la única luz
en mucho tiempo.
Que soñé tantas veces
con cantarte para dormir,
con tenerte entre los brazos
aún con miedo de que te rompieras.
Que hiciste feliz a una familia
que ya te amó antes de existir,
que tú siempre serás
el antes y el después
de nuestra pandemia.
Pero no vengas todavía,
no nazcas aún.
Llegarás con mayo y con la primavera,
cuando este rincón del mundo
sea un poco más cálido
y tu madre, mi hermana,
pueda acunarte sin pena.
Aguanta, Lucas, aguanta.
Confía en quien te cuida.
Que este mundo aún
no está hecho para ti,
que aún no puedes
ser del mundo.
No lo seas. Aguarda.