jueves, 3 de diciembre de 2015

"Un invierno propio"

Es más como una especie de punzón en el pecho, como un suspiro entre el corazón y la garganta, unas ganas de vomitar todo el amor de golpe. Es más la decepción de un nuevo diciembre sola, como los 21 anteriores. Es más como el anhelo de lo nunca sucedido, y como una tristeza clavada en el cielo del alma que solo añora un amor correspondido. Una especie de poesía, que solo llega a prosa. Y yo, que sigo pensando que tampoco pido demasiado. Solo lo pido todo. Y es que alguien dijo una vez que "todo" nunca es mucho, cuando hay ganas. Y cuando de amor se trata, todo, en realidad, no es casi nada. O eso me han dicho. Y ya está. Y no hay más. No hay más que una soledad profunda, anclada en una frustración y en una incomprensión inexplicable, que nadie quiere saber, ni escuchar. Es una soledad aún más honda que eso, el que lo que escuece se quede entre mis dedos,  la tinta y el pensamiento, cuando lo único que de verdad se necesita es que alguien llegue y te arranque todo el dolor de golpe. Pero el silencio mordaz de todo lo que se ha puesto de acuerdo a tu alrededor para hacer como si el dolor no existiese lo único que consigue es que, al final, lo que no existas seas tú, ni lo que sientes. No es que vaya a unirme al club de los incomprendidos, o a la cofradía del santo reproche. Es solo que todo es triste, muy triste; y que al parecer tienes vetado el derecho a poder decirlo, e incluso sentirlo. Y eso te hace estar un poco solo, contigo; que a veces es la peor forma de estar. Es estúpido, pero, por desgracia, es real. Un veneno atragantado en la mirada, un iceberg de emociones oprimidas del que ni siquiera se ve la punta. Pero ahí está. No sé cómo decirlo. Que casi sin esperarte, y ya sin esperanza, has venido, diciembre, un año más. Y sin nevar. Y que, enhorabuena: hoy haces más frío que nunca.