domingo, 31 de enero de 2021

Si no me miras

Si tú no me miras, amor,
para qué persigo el aire
que atraviesas cuando pasas,
si no me miras.

Para qué ensucio recuerdos
y aborrezco rutinas,
si tú no me miras.

Para qué me bebo en silencio
los besos que no he podido darte,
para qué todo, por qué todo.
Nada tiene sentido
y ya no busco la vida,
si tú no me miras.

Si tú me cierras los ojos
igual que me arrancas 
el alma de la espera,
si decides pasar de largo
sin llegar a entrar nunca en mi mundo,
amor, dime para qué,
para qué mantengo tu espina
ensanchándome las venas,
dime para qué me quedo 
en esta huida que elegí 
para quedarme a tu lado.

Qué sentido tiene 
seguir dejándome mecer 
por esa abominable y civilizada masa estúpida
en la que pago el precio de no ser nadie
para creer y pretender ser parte de algo
que, en realidad, no rima con nada.

No rima con lo que he sido, 
ni con lo que soy,
no rima con el amor que me ha querido,
ni con la vida que yo anhelo.
Dime para qué, por qué pretendo acaso
llegar a ser como ellos
si tú no me miras, amor,
si no me miras.

Mientras ellos se perdían
resbalando en su sudor
bajo tu cuerpo,
mientras tú cantabas
al son de sus acordes repetitivos,
mientras inventabas tu propio ritmo
y ellos dejaban de mirarte,
quiero que sepas, amor,
que yo nunca he dejado de verte.

Y si tú dejas de verme a mí,
dime, herida ardiente,
dime para qué sigo respirando
si tú ya no me miras.

domingo, 17 de enero de 2021

Defensa del español

Un país me obliga
a ser recuerdo.

Como en los tiernos y azules días
de la infancia,
las palabras fueron trinchera
para una soledad acostumbrada
y una intimidad tímida y tardía
que libraba una batalla
con un ser que ahora desconozco,
que, para no dejarse ver,
se transformó en verbo y sustantivo.

Y el verbo,
que siempre fue carne,
acampó entre canciones,
poemas y refranes,
palabras con las que yo fui
fundando un lenguaje:
el idioma en el que me quisieron,
el idioma en el que aprendí a reír,
el idioma con el que creí 
inventarme el amor,
el lenguaje con el que supe
escuchar y comprender
y con el que terminé 
haciéndome entender también,
a base de rendirle cuentas al mundo
con la realidad escrita en el papel.

Hoy empuño las palabras
que me han traído hasta aquí
para no dejar de encontrarme
cuando me veo en otros ojos
y ver a los demás
cuando me miro a mí,
porque las palabras
nunca han sido una frontera,
sino el lugar en el que yo aprendí
a amar la vida.

En lo que de verdad importa,
solo existe un idioma, 
y es universal.

Mi única patria es
el amor que otros me han dado
y las palabras con las que 
aprendí a decir:
"Madre, arrópame, que tengo frío".