martes, 3 de noviembre de 2020

Un día de 2020

Es martes, 3 de noviembre.

El día despierta así:
atentado en Viena,
rumores de un nuevo confinamiento,
Madrid  -para variar-
colapsada por el tráfico
(ya se sabe, en esta ciudad, 
con un poco de lluvia...),
las peores cifras de contagio
en lo que va de año,
España es líder en Europa
solo en las listas negras,
un nuevo escándalo de corrupción
vuelve a sacudir -y no sorprende-
a la familia real.
Además, hay Consejo de Ministros:
no se espera nada más
que un nuevo espectáculo
de incompetencia política
y la noticia del día
es la expectación por las infladas
elecciones estadounidenses,
con la sombra de Trump
pisándole de nuevo los talones
a la integridad.

Por si fuera poco,
en lo mundano
es un martes lluvioso y gris,
siento que a los míos
les acecha un peligro invisible
y no puedo luchar contra él,
yo tengo miedo a seguir viviendo
y la ansiedad ha decidido
hacerse una cama en mi costado.

"Ser adulto es un engaño", me digo.
Y mientras la angustia
me parte el pecho en dos,
"suerte que hay amor", me vuelvo a decir.
Aún tendré la indecencia de pensar
que hoy puede ser un mal día
-contradiciendo a Serrat, 
que no me oiga mi madre-.

Y yo solo pienso en lo que algún día 
escribió Miguel Hernández:
«No sé por qué ni cómo
me perdono la vida cada día».

Una verdad a medias

 Estoy en paz con la Tierra

y en guerra con el mundo.

viernes, 3 de abril de 2020

Noche de insomnio

Escucho la palabra crisis
y la palabra pandemia
y la palabra silencio.
Recuerdos de aquel año, 2008.
Muertes, ansiedad, angustia.
Paro. Casa. Confinamiento.
Aplausos, balcones, videollamadas.
Escucho todo el rato la palabra de moda.
Las noticias parecen un parte de guerra.

Escucho «cuando esto pase...»,
escucho «ya queda menos».
Escucho la palabra beso
y se me remueve dentro el mar.
Escucho la palabra abrazo
y siento un pellizco
con nombre y apellidos.
Escucho que el mundo ha cambiado
y que va a seguir cambiándonos.
Y tengo miedo y esperanza.
Y dudas y deseos.

Escucho tantas palabras 
que, a veces, 
no puedo escucharme a mí.
Y, cuando lo hago,
no escucho nada.

Oigo el palpitar de mi corazón,
oigo cómo se precipita mi saliva
hacia mi estómago,
el rugir en mis tripas de la digestión,
el choque de mis fosas nasales
jugando con el aire
que me vacía y llena los pulmones,
oigo los mechones de mi pelo
escurrirse por detrás de mis orejas,
los suspiros clavarse contra mi espalda
y el aleteo de mi cuerpo entre las sábanas.

Fuera de mí es de noche.
Apenas hay ruido.
El silencio cae en mi cama
como una bruma.

Yo sigo sin decirme nada.
Los sueños pasan, el tiempo corre.
Quizá no tenga nada que decir,
quizá no tenga ganas de escuchar.

Lo único que me gustaría
es lograr conciliar el sueño.

lunes, 30 de marzo de 2020

Un balcón al mundo

Mientras la primavera llega
a este balcón,
las calles siguen siendo recuerdo
de una vida inconsciente,
nostalgia de la prisa y el tráfico,
de las primeras tardes después
del cambio de hora,
que nos robaron mil historias
y algún que otro beso adolescente.

Siempre infravaloré
este balcón de mi casa
desde el que ahora escribo y leo,
tuesto mis ojos al sol
y los acostumbro a la luz
que han perdido.
Este balcón es ahora
mi única ventana al mundo
y a la realidad,
el contacto con lo que sigue existiendo
fuera de las fronteras de la intimidad.

En estos días, 
cuestan las palabras,
cuesta afinar las canciones,
mantener el buen humor
o la alegría relativa,
y es irónico no poder rozarse
cuando más calor humano se necesita
para no perder de vista lo importante.

Nos faltan fuerza, convicción, certezas,
nos falta luz para decir
«te quiero mucho», «cuídate bien»,
«que no te pase nada»,
porque lo que antes decíamos con la piel,
ahora nos sangra en los labios y en los ojos.

Yo doy las gracias por este rincón
de dos metros escasos
desde el que aplaudo a las 8,
bromeo con los vecinos
de balcón a balcón,
desde el que miro la realidad,
recupero la paz que me quitan, a veces,
las esquinas de mis pensamientos,
desde el que recuerdo
que sigue habiendo vida
y que habrá vida después de esto,
y desde el que puedo soñar
con todo lo que pasará
cuando todo esto pase.

lunes, 23 de marzo de 2020

Cuando la vida vuelva

En momentos de pocas certezas
y muchas preguntas,
mirar hacia adelante 
es ahora un acto de rebeldía:
vivir se ha vuelto incertidumbre.

Duelen en la piel
los abrazos que nos faltan.
Parece que nunca nos hubieran querido.

Pero los besos dejaron su rastro
en nuestra carne entumecida.

Si las bocas se olvidan de besar,
habrá que dejar que los labios
recuerden el camino recorrido,
volver a tener quince años
y no saber qué hacer 
con las ganas ni con la lengua.

Habrá que aprender a vivir
cuando la vida vuelva
y volvamos a gastar la saliva,
y a beber por encima
de nuestras posibilidades,
y a deambular por las ciudades,
sin conciencia.

Habrá que volver a amar
con la paz del tiempo.

Las ruinas del miedo
nos harán la cama,
nos dolerán los sueños aplazados,
las cosas que no hicimos
o haber dejado 
de mirarnos a los ojos.
Pero las palabras
ya no serán naufragio.

Las palabras volverán.
Serán el idioma del amor
que nos han prohibido.

El barco de vela
con el que viajaremos 
a todos los lugares que no vimos
y a todos los poemas
que nos quedan por escribir.