miércoles, 14 de abril de 2021

Toque de queda

Nunca una palabra
pudo llegar a doler tanto.

Dijo adiós,
pero no dijo «adiós»,
decir adiós quiso decir
que se marchaba,
que el horizonte se difuminaba
allá a lo lejos,
que sus ojos se cerraban del todo.

No quiso mediar palabra,
ni siquiera alargar la despedida.
Tan solo dijo adiós,
como si el día siguiente
nunca fuera a llegar,
como si el mundo entero
no estuviera dinamitándose
lentamente a mis espaldas
mientras sus pasos emprendían
el camino a casa
y yo flotaba en este caos,
en ese y ahora qué,
qué es lo que queda
cuando todo ya se ha terminado.

Tal vez se acuerde de mí.
Quizá al llegar el lunes,
quizá en las horas muertas,
o acaso algún día esporádico
de las próximas semanas.

Me recordará
con nostalgia pero sin urgencia,
como se ve caducar un amor,
como se afronta el final del verano,
como un suspiro una tarde de domingo.

Mientras, por mi calle,
dos enamorados se besan, se abrazan,
se retienen el uno al otro,
no se dejan escapar
antes de despedirse del todo,
antes de tener que volver a casa.

Y yo, frente a la puerta de la mía,
respiro mirando mi reflejo en el cristal.
Y en la humedad de mi triste aterrizaje
en la realidad,
azotan las palabras
como cuchillazos.

Sí, 
me temo que eso 
era el final.

Pero nunca creí
que fuese a doler tanto.