lunes, 30 de marzo de 2020

Un balcón al mundo

Mientras la primavera llega
a este balcón,
las calles siguen siendo recuerdo
de una vida inconsciente,
nostalgia de la prisa y el tráfico,
de las primeras tardes después
del cambio de hora,
que nos robaron mil historias
y algún que otro beso adolescente.

Siempre infravaloré
este balcón de mi casa
desde el que ahora escribo y leo,
tuesto mis ojos al sol
y los acostumbro a la luz
que han perdido.
Este balcón es ahora
mi única ventana al mundo
y a la realidad,
el contacto con lo que sigue existiendo
fuera de las fronteras de la intimidad.

En estos días, 
cuestan las palabras,
cuesta afinar las canciones,
mantener el buen humor
o la alegría relativa,
y es irónico no poder rozarse
cuando más calor humano se necesita
para no perder de vista lo importante.

Nos faltan fuerza, convicción, certezas,
nos falta luz para decir
«te quiero mucho», «cuídate bien»,
«que no te pase nada»,
porque lo que antes decíamos con la piel,
ahora nos sangra en los labios y en los ojos.

Yo doy las gracias por este rincón
de dos metros escasos
desde el que aplaudo a las 8,
bromeo con los vecinos
de balcón a balcón,
desde el que miro la realidad,
recupero la paz que me quitan, a veces,
las esquinas de mis pensamientos,
desde el que recuerdo
que sigue habiendo vida
y que habrá vida después de esto,
y desde el que puedo soñar
con todo lo que pasará
cuando todo esto pase.

lunes, 23 de marzo de 2020

Cuando la vida vuelva

En momentos de pocas certezas
y muchas preguntas,
mirar hacia adelante 
es ahora un acto de rebeldía:
vivir se ha vuelto incertidumbre.

Duelen en la piel
los abrazos que nos faltan.
Parece que nunca nos hubieran querido.

Pero los besos dejaron su rastro
en nuestra carne entumecida.

Si las bocas se olvidan de besar,
habrá que dejar que los labios
recuerden el camino recorrido,
volver a tener quince años
y no saber qué hacer 
con las ganas ni con la lengua.

Habrá que aprender a vivir
cuando la vida vuelva
y volvamos a gastar la saliva,
y a beber por encima
de nuestras posibilidades,
y a deambular por las ciudades,
sin conciencia.

Habrá que volver a amar
con la paz del tiempo.

Las ruinas del miedo
nos harán la cama,
nos dolerán los sueños aplazados,
las cosas que no hicimos
o haber dejado 
de mirarnos a los ojos.
Pero las palabras
ya no serán naufragio.

Las palabras volverán.
Serán el idioma del amor
que nos han prohibido.

El barco de vela
con el que viajaremos 
a todos los lugares que no vimos
y a todos los poemas
que nos quedan por escribir.