domingo, 17 de enero de 2021

Defensa del español

Un país me obliga
a ser recuerdo.

Como en los tiernos y azules días
de la infancia,
las palabras fueron trinchera
para una soledad acostumbrada
y una intimidad tímida y tardía
que libraba una batalla
con un ser que ahora desconozco,
que, para no dejarse ver,
se transformó en verbo y sustantivo.

Y el verbo,
que siempre fue carne,
acampó entre canciones,
poemas y refranes,
palabras con las que yo fui
fundando un lenguaje:
el idioma en el que me quisieron,
el idioma en el que aprendí a reír,
el idioma con el que creí 
inventarme el amor,
el lenguaje con el que supe
escuchar y comprender
y con el que terminé 
haciéndome entender también,
a base de rendirle cuentas al mundo
con la realidad escrita en el papel.

Hoy empuño las palabras
que me han traído hasta aquí
para no dejar de encontrarme
cuando me veo en otros ojos
y ver a los demás
cuando me miro a mí,
porque las palabras
nunca han sido una frontera,
sino el lugar en el que yo aprendí
a amar la vida.

En lo que de verdad importa,
solo existe un idioma, 
y es universal.

Mi única patria es
el amor que otros me han dado
y las palabras con las que 
aprendí a decir:
"Madre, arrópame, que tengo frío".

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