en la oscura inmensidad de octubre,
estallaban tus pestañas,
contaminando de oro y naranja
un cielo vacío,
sin apenas estrellas o nubes.
Y volaba por los aires tu risa,
y se quedaba en esa trémula pared pegada
como un paracaídas,
marcando un camino hacia el altar que te aguarda.
Las estrellas de tu mirada floreciendo,
aumentaban más y más
en hálitos de pasajeros destellos.
De repente un suspiro. De repente un silencio.
Y tus huellas de mandarina esparcidas por el cielo.
Y mientras, tu boca fija,
en una eterna sonrisa de hielo
que entre brillo y
atisbo ardía,
me embaucaba robándome un beso.
Así fue nuestro amor,
cálido e intenso...
pero rápido,
como tu eco.
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