lunes, 30 de marzo de 2020

Un balcón al mundo

Mientras la primavera llega
a este balcón,
las calles siguen siendo recuerdo
de una vida inconsciente,
nostalgia de la prisa y el tráfico,
de las primeras tardes después
del cambio de hora,
que nos robaron mil historias
y algún que otro beso adolescente.

Siempre infravaloré
este balcón de mi casa
desde el que ahora escribo y leo,
tuesto mis ojos al sol
y los acostumbro a la luz
que han perdido.
Este balcón es ahora
mi única ventana al mundo
y a la realidad,
el contacto con lo que sigue existiendo
fuera de las fronteras de la intimidad.

En estos días, 
cuestan las palabras,
cuesta afinar las canciones,
mantener el buen humor
o la alegría relativa,
y es irónico no poder rozarse
cuando más calor humano se necesita
para no perder de vista lo importante.

Nos faltan fuerza, convicción, certezas,
nos falta luz para decir
«te quiero mucho», «cuídate bien»,
«que no te pase nada»,
porque lo que antes decíamos con la piel,
ahora nos sangra en los labios y en los ojos.

Yo doy las gracias por este rincón
de dos metros escasos
desde el que aplaudo a las 8,
bromeo con los vecinos
de balcón a balcón,
desde el que miro la realidad,
recupero la paz que me quitan, a veces,
las esquinas de mis pensamientos,
desde el que recuerdo
que sigue habiendo vida
y que habrá vida después de esto,
y desde el que puedo soñar
con todo lo que pasará
cuando todo esto pase.

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