martes, 12 de noviembre de 2013

Espejo

Ni llueve,
ni hace frío
para ser cualquier día de noviembre.
Ella me está mirando,
y yo hace varias horas
que naufrago en sus ojos
intentando averiguar qué ha ocurrido en su mirada
para quedarse tiritando.
Es probable que tome sus manos,
le sonría
y le de un intenso beso en la mejilla;
y que ella se sonroje, y también sonría
apartando la vista.
No quiere mirarme, ni que la mire;
porque sabe que podría poner palabra
a la tristeza con que mira hacia la nada.
Y sabe que me muero por abrazarla,
pero ella no quiere regalarme uno
de sus abrazos, que son mis favoritos,
porque sabe lo que ocurre
cuando se aproximan dos almas
tan estrechamente conectadas:
se quedarán pegadas;
y puede que su fuego se deshiele
por los senos de su cara,
porque sabe que no me lo puede ocultar;
y que en mí podría encontrar
todo el calor y el amor
que probablemente necesita,
si se dejara...
Pero su orgullo es firme
y en seguida se aleja,
y pierde de nuevo su mirada
en esa inmensa nada
en la que ahora yo también naufrago
intentando alcanzarla.

P.D: a esas personas con las que hablamos a veces sin decir nada, que tanto conoces y te conocen, y cuya tristeza nos resulta aun más honda que la nuestra. Porque somos mutuamente imprescindibles. 

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