martes, 8 de enero de 2013

Oda a una intimidad perdida

Siento sufrir cuando se te desgarra una lágrima por los incandescentes senos de tus mejillas. Siento que rápidamente las borres con tus dedos manchados de tinta y miedo, y que agaches la mirada suspirando entre cortinas. Siento estar presente y no poder hacer nada; no poder intentar hacerte sentir mejor. Siento que llores en un autobús, en una absurda soledad de la que participo, rumbo a Dios sabe dónde, en el que te espera Dios sabe quién, sin saber si será capaz de consolarte. Me dedico a observarte por la pequeña obertura que separa tu mundo del  mío, y tú te me escapas por la ventanilla con la mirada perdida, y una lluvia empapada de breves hálitos de fuego intenso amolda el paisaje a tus pupilas de alambre. Y yo me desgasto viendo cómo tus ojos hinchados se emborrachan de la penumbra inocente de tu rostro, desdibujado por el turbio pasado del tumulto de las sábanas de tu historia.

P.D: hoy quería escribir sobre la vuelta a la universidad después de las vacaciones de Navidad y el día tan genial que he tenido. Pero volviendo a casa, a eso de casi las nueve de la noche, en el autobús, me he dado cuenta de que la personita que estaba sentada en el asiento de delante del mío estaba llorando; y esto es lo que ha cambiado y tocado hoy mi mundo, a veces tan únicamente centrado en su propio mundo. Así que la entrada de hoy va por todos los que lloran solos en los autobuses y por quienes sentimos frustración por no poder ayudarlos. Me gusta pensar que todavía queda gente en el mundo a la que el mal del otro le duele tanto como el suyo propio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario