martes, 4 de diciembre de 2012

Todo tiene un cómo y un por qué


Todo tiene un cómo y un porqué. Y yo me dedico a mirarte y a apartar la vista constantemente. Juguemos. Te sonrío y tú me miras. Me sonríes, atravieso tu sonrisa y mi mirada apresurada de nuevo se desvía. ¡Qué silencio! Parece que todo se halla suspendido por un instante. Nada escucho. La tele apagada, igual que mi conciencia. Una voz desenfrenada ha roto ese silencio. Mi corazón, de nuevo, respira. Todo está en orden.

Un momento, mi prisa por volver a verte vuelve a inquietar ese corazón palpitante. No hay nada peor que una persona con prisa. Hay que dejar que las cosas surjan por si solas, a su tiempo y en su espacio. Lo forzoso son asuntos que quedan olvidados.

Mis párpados pesan hoy más que de costumbre. No sé qué le pasa a mi corazón, ya ha apagado sus ilusiones. Tenemos que volver a recuperarlo. No será difícil. Pero tú me faltas, y cuando tu ausencia atraca, mi corazón cierra los ojos.  Ojos que no ven, corazón que no siente; pero imagina. Esa capacidad de la mente para crearlo todo y desvanecerse de pronto al ser irrumpida.

Fugitiva, mi mirada, inquieta y perdida desde aquel día en que te esperé por última vez, te busca de nuevo en cada espejo y en cada amanecer. Dejemos que las murallas de los sueños protejan los pocos recuerdos que tenemos. Y yo mientras, intentaré no olvidarte demasiado; por si acaso en algún momento, el tiempo se detuviese y el destino quisiera volver a juntarnos. Mantén tu reloj encendido, y recuerda que te espero a las diez menos cuarto en el lugar donde nos conocimos. Y si eso pasa en algún momento, te prometo que estaré allí.

Pero por ahora, ya eres solo ese miedo de no encontrar a nadie más. Y mi naufragio por tu paradero empieza a cansarse de no poder respirar. Tú serás tú solo y yo seré yo sola. Nosotros y nuestras circunstancias de entonces. Ya no te espero cada mañana; ni en cada ida, ni en cada regreso. Eres solo un ancla olvidada en el fondo del mar de mis cimientos. Pero ancla, al fin y al cabo, anclada. Algún día se secará mi ira y mi dolor se habrá rendido ante el fulgor de mi sonrisa. Porque he descubierto que me va mejor sin saber de ti. Pero espero que alguien te hable de mí. Y sé que he sido prácticamente nada en alguien que para mí  ha sido prácticamente todo. Desordenemos las cosas. Soy feliz. Pero a veces, y digo solo a veces, y en silencio, te echo de menos.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario